29/06/2017

Debemos hablar, con todo el derecho y la cautela que se merece, de los Servicios de Psicología Clínica.


Recogemos la ponencia de Eduardo Martínez Lamosa, Presidente de AGAPIR entre 2016 y 2017, en la Xornada da Asociación de Psicólogos Clínicos do SERGAS "Servizos de Psicoloxía Clínica. Propostas Organizativas para unha Atención Integral" el 2 de junio de 2017.



Como residente de Psicología Clínica, hace relativamente poco tiempo que formo parte de este “universo particular”. Poco tiempo, y sin embargo ya he visto rebosar el vaso en más de una ocasión. Un vaso que se viene llenando desde hace años y que parece colmarse una y otra vez. Hace aproximadamente un año, presencié, junto con mis compañeros, un acto que significó el desprestigio público de nuestra profesión y de la formación PIR en particular. Un suceso, como digo, que hizo que lo que hasta entonces habían sido opiniones o comentarios más o menos aislados se convirtiesen en una serie de reuniones, que no sería exagerado calificarlas como clandestinas.
Pero que esto no lleve a equívoco. Esas reuniones, al igual que esta jornada, no surgieron como una reacción de rencor, sino como la oportunidad para que los adjuntos y residentes de Psicología Clínica pudiésemos poner en común algo que todos llevábamos cocinando en nuestras cabezas: la sensación de que las cosas no estaban yendo bien, nada bien. Recuerdo que este día tuve un pensamiento: “Esto es el principio de algo. Debe serlo.”

Un año después mantengo la idea de que inevitable aunque afortunadamente acabaríamos por volver a reunirnos y hablar, porque sabemos que no se trata de un episodio aislado ni de una experiencia individual del área de Ferrol, sino que supone algo mucho mayor, algo que nos atañe a todos y todas. Hablo de una crisis profunda, una crisis que debe suponer un antes y un después para nosotros, por supuesto, pero sobre todo, por encima de todo, para la comunidad.

Los Facultativos Especialistas en Psicología Clínica y los Psicólogos Internos Residentes desarrollamos nuestra actividad en los Servicios de Psiquiatría. Podemos prescindir de cualquier eufemismo que pueda llevar a equívoco. Servicios de Psiquiatría en los que no parece posible, en este momento, lograr un marco de igualdad de oportunidades, responsabilidades ni funciones. La interdisciplinariedad, eje fundamental de la atención integral y, por tanto, de una asistencia que redunde en el máximo beneficio del usuario, es más un ideal que una realidad. En su lugar, nos topamos sumidos en un servicio que obedece a un modelo asistencial de carácter reduccionista, paternalista y en el que los profesionales de diferentes disciplinas nos limitamos a cohabitar.

De largo, la psicología y la psiquiatría han compartido una historia, han colaborado y se han sintonizado, y con frecuencia se han solapado en cuanto a sus funciones y ámbitos de actuación, a veces, difícilmente delimitables. Ambos colectivos nos dedicamos, en última instancia, al cuidado y la mejora de la salud de las personas. Pero ambos colectivos nos caracterizamos por currículos formativos claramente diferenciados. Desde su creación, el sistema de formación PIR ha servido para dotar a nuestra disciplina de una mayor identidad profesional, reforzando el reconocimiento de la psicología como Profesión Sanitaria en el marco de la sanidad española y equiparándola a otras disciplinas vinculadas al campo de la salud.

La creación de la especialidad de Psicología Clínica no fue un esfuerzo gratuito. La creación de la especialidad de Psicología Clínica fue un hito clave para la disciplina y para garantizar un sistema asistencial de máxima calidad. Un esfuerzo que nosotros, los últimos en llegar, os agradecemos a vosotros, los veteranos, especialmente a quienes estuvisteis en la vanguardia.

La historia de la especialidad es una historia larga, con un pasado, un presente y un futuro. No queremos, nosotros los residentes, hablar del pasado. No porque no sea importante, sino porque no fuimos protagonistas, ni siquiera testigos de lo que ocurrió. Tampoco hablaremos ahora del futuro, porque eso será objeto de la última parte de esta jornada. Os hablaremos, por tanto, de nuestro presente, que es aquello que mejor conocemos y esperemos sirva como reflexión.

El programa de formación de la Especialidad recoge, entre sus puntos, el perfil y competencias profesionales del Especialista en Psicología Clínica, así como los objetivos formativos generales y específicos. Haremos un recorrido a lo largo de estos aspectos considerando las valoraciones hechas por residentes de las diferentes áreas sanitarias de Galicia. Porque sólo conociendo el estado actual de las cosas, lograremos una adecuada planificación de cara lo que está por venir. Realizaremos más adelante nuestro análisis crítico acerca de lo que supondría para la formación PIR la creación de Servicios de Psicología Clínica. Quedarán fuera de este análisis los aspectos más específicos de cada una de las diferentes rotaciones prefijadas en el programa.

Empezando por las funciones propias del ámbito clínico-asistencial de promoción, prevención, evaluación, diagnóstico y tratamiento, coincidimos con rotundidad en la absoluta carencia de formación en torno a la asistencia en urgencias e intervenciones en crisis. Por otro lado, las actividades relacionadas con programas de prevención y promoción de la salud, así como la atención a las necesidades psicológicas en personas con enfermedades físicas también son dos de los aspectos más frecuentemente deficitarios.

El ámbito de la dirección, administración y gestión es, con absoluta diferencia, en el que más se incumple el perfil descrito en el programa formativo de la Especialidad. Ni estamos ni se nos espera. En toda la comunidad gallega, los residentes estamos liberados de participar en cualquier actividad relacionada con la dirección, planificación, gestión, coordinación o evaluación de servicios, equipos o programas. También detectamos una grave falta de interés en la docencia de funciones de coordinación y trabajo en equipo o interdisciplinar, lo que a su vez repercute negativamente en nosotros en el grado de conocimiento y uso óptimo de los recursos asistenciales disponibles. Nada de esto es sorprendente, en realidad, considerando que no es una carencia exclusiva de los PIRes, sino también de los adjuntos.

Por último, el punto menos desarrollado del ámbito de la docencia y la investigación tiene que ver con la falta de oportunidades de participación y colaboración en proyectos de investigación que realizan otros equipos, dispositivos o instituciones.

Con respecto a los objetivos generales, presentamos aquí los descritos en el programa formativo de la especialidad. A grandes rasgos, no podemos decir que haya una deficiencia relevante en ninguno de ellos.

Pero si analizamos pormenorizadamente estos objetivos desglosados en otros más específicos, tenemos que denunciar una evidente falta de contenidos formativos en cuanto al diseño, aplicación, evaluación y seguimiento de intervenciones psicológicas en situaciones de crisis y de urgencias, en personas de edad avanzada, y en personas con discapacidad intelectual. Otros aspectos comúnmente deficitarios se corresponden con las actividades de asesoramiento para los responsables y agentes sociales, educativos y jurídicos, y un escaso entrenamiento en el diseño y la puesta en marcha de programas de investigación.

En menor medida que los anteriores, estos objetivos específicos también han sido los peor valorados: las actividades de prevención y promoción de la salud, y la coordinación con Equipos de Atención Primaria y otros servicios de atención especializada; los programas de rehabilitación y atención prolongada; y el diseño, aplicación, evaluación y seguimiento de programas de intervención psicológica, especialmente a nivel grupal y comunitario.

¿Podría la creación de Servicios de Psicología Clínica ayudar a solventar estas carencias? Es difícil alcanzar un equilibrio entre las expectativas realistas y lo utópico. Lo que se debate hoy aquí es una empresa sumamente compleja. Y cabe esperar, por tanto, dudas y opiniones encontradas. No todos los residentes lo valoramos de la misma manera, aunque no creo que las discrepancias sean un inconveniente. Al contrario. De la divergencia es de donde surge el debate, y del debate surgen nuevas realidades.

Algunos no creemos que pueda suponer un beneficio, al menos a corto plazo, sino que habría que considerar otras alternativas o esperar a que llegue un momento más oportuno. Otros pensamos que sí resolvería algunas de las dificultades con las que nos topamos con mayor o menor frecuencia.

Podría ayudarnos a vencer ciertas limitaciones en cuanto a los contenidos docentes, a menudo diseñados por psiquiatras y para psiquiatras, que rara vez tienen en cuenta nuestra formación previa o nuestras necesidades formativas específicas. Quizá, con suerte, también contribuiría a disponer de recursos autogestionados para actividades formativas.

Un servicio propio permitiría disponer de adjuntos Especialistas en Psicología Clínica en dispositivos en los que actualmente nuestra presencia es anecdótica cuando no directamente inexistente: Atención Primaria, Unidades de Hospitalización Breve, Hospitales de Día, etc. Un mayor beneficio para los usuarios, un mayor beneficio formativo para nosotros.

Contar con un servicio propio garantizaría una clara autonomía en la planificación y la toma de decisiones. Nos permitiría poder desarrollar proyectos que hasta ahora han sido bloqueados (algunos incluso aniquilados) como parte de nuestra atención continuada. Facilitaría la creación de programas o dispositivos específicos, de Neuropsicología, de Psicogeriatría, de cualquier otro ámbito de trabajo reconocido por el programa formativo de la Especialidad. También sería la vía para lograr una reorganización estructural y funcional, una gestión propia que cubra adecuadamente la oferta y la demanda de los usuarios. Sería el paso clave hacia una nueva revolución ideológica en Salud Mental, construida sobre pilares básicos como son la prevención, el modelo comunitario, la visión holística del ser humano o la asistencia centrada en el usuario, por mencionar varios ejemplos.

Con una identidad propia, ganaríamos una mayor visibilidad dentro del SERGAS. Con una identidad propia, estaríamos en disposición de crear otro modo de relación con la psiquiatría, desde un reconocimiento y enriquecimiento mutuos e igualitarios. Con una identidad propia, los psicólogos y psicólogas estaríamos abiertos a un mayor intercambio con profesionales de otros servicios, a recibir residentes de otras especialidades que a día de hoy, por cierto, rotan no por un Servicio de Psiquiatría sino con los psiquiatras. Esto no obstante, es una de las caras de la moneda.

¿Qué inconvenientes implicaría intentarlo?

La creación de Servicios de Psicología Clínica no puede ni debe interpretarse como una rabieta contra las jefaturas de los Servicios de Psiquiatría ni contra los compañeros psiquiatras. Pero sabemos que será muy difícil que no sea entendido de esta manera en lugar de como una necesidad de otra índole. El primer desafío, quizá el más obvio, será la incomprensión por parte tanto de los actuales Servicios de Psiquiatría como de otros servicios hospitalarios.

No caigamos en la ilusión de pensar que estaremos libres de una mala gestión por el simple hecho de habernos formado en nuestra disciplina. Aquellas personas que ostenten al cargo de Jefe o Jefa de Servicio de Psicología Clínica también serán falibles y probablemente objeto de críticas. Esta es una cuestión inherente a un cargo que exige tal nivel de responsabilidad. Tampoco soñemos con que esto creará un mayor espíritu de unión entre nosotros, porque de hecho es probable que genere aún más fricciones. Seamos sinceros, si hay algo que nos caracteriza es la maldita facilidad con la que nos vemos envueltos en conflictos dentro de nuestra propia casa.

No olvidemos tampoco que el papel de la Psicología Clínica sigue siendo bastante desconocido por parte de muchos profesionales, y que esta separación podría llevarnos a un mayor aislamiento y una mayor invisibilidad. No somos tantos ni tan relevantes, tengamos cuidado. ¿Y qué ocurriría además con aquellos otros profesionales con los que diariamente compartimos proyectos y objetivos? Personal de enfermería, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales… Constituirnos en un servicio propio comprometerá estas relaciones de manera importante.

Sin estos intercambios, estos apoyos reales o potenciales, también estaremos más desprotegidos ante desafíos ya demasiado conocidos para nuestra especialidad: la constante aparición de contratos y convenios irregulares, la introducción de la figura del Psicólogo General Sanitario en Atención Primaria, la sordera administrativa ante la demanda del aumento de plazas…

Por otra parte, para algunos de nosotros, la formación conjunta con los residentes de Psiquiatría promueve el intercambio mutuo de opiniones, experiencias y aprendizajes. Esta separación podría poner en riesgo el enriquecimiento formativo que nos aportan otras disciplinas.

Debemos ser cuidadosos también en cumplir con los mínimos estándares exigidos por la Comisión Nacional de la Especialidad para la acreditación de plazas. No son gratuitas.

¿Qué sentido tendría entonces la creación de servicios propios? Solo tendrá sentido si lo entendemos no como una segregación, sino más una emancipación. Tenemos el derecho y la responsabilidad de hacer que nuestra disciplina, como disciplina teórica, técnica, científica y clínica que es, siga evolucionando. La formación sanitaria especializada debe seguir desarrollándose en el contexto que mejor garantice no sólo su permanencia sino también su enriquecimiento.

Queremos, en definitiva, una formación que ponga los intereses y beneficios de los usuarios por delante de los intereses y beneficios de los profesionales; una formación que nos recuerde que trabajamos con seres humanos y sociedades humanas; una formación que no nos enclaustre en nichos de alta alcurnia sino que nos acerque a la comunidad; una formación que promueva el intercambio y el diálogo con otros profesionales sanitarios y no sanitarios; una formación que sea fiel, no por obligación sino por responsabilidad, a los principios de la bioética; una formación que no nos enseñe a actuar como bomberos apagando fuegos, sino que apueste por la prevención en todos sus niveles, dándole prioridad a la población infantil y juvenil y a aquellos colectivos que estén en situación de mayor riesgo.

Los servicios propios terminan por ser el proceso natural de muchas especialidades. Sería tan desastroso para nosotros que el desenlace fuese una fractura irreparable como permanecer en este statu quo de subordinación. Debemos hablar, con todo el derecho y la cautela que se merece, de los Servicios de Psicología Clínica.


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